“De cómo don Quijote y su fiel Sancho enfrentaron a Egodino, el mago de la falsa identidad”
Don Quijote:
Ay, amigo Sancho, cuando saldrá el hombre de su encantamiento. Los oscuros hechizos de los amos de la ilusión les hacen creer en gigantes, cuando yo solo veo molinos.
Sancho:
¡Ay, señor mío, don Quijote de la Mancha! Bien veo yo que esos encantamientos que menciona no son más que fantasías que nos vienen al seso, como si la razón misma estuviera envuelta en una nube de confusión. Y si bien vuestras mercedes ven gigantes donde yo no veo más que molinos de viento, ¿no será, digo yo, que los encantamientos no están fuera, sino dentro de la cabeza?
Porque, mi señor, ya sabéis que el mundo tiene más formas de las que nuestros ojos pueden entender, y si esos amos de la ilusión nos engañan, ¿qué hemos de hacer más que reconocer que el propio corazón a veces se deja enredar en esos juegos?
Mas, como fiel escudero, os seguiré donde vayáis, aunque sean molinos o gigantes, encantamientos o sombras, pues bien sé que en vuestro noble juicio hay más que la razón que otros pretenden imponer. ¿Acaso, mi señor, no es el corazón el que más nos engaña cuando se deja llevar por las cosas que no ve?
Seguid, pues, y yo seguiré vuestros pasos, aunque al final solo encontremos molinos girando al viento... ¡que bien sé que son más que eso en vuestros ojos, mi señor!
Don Quijote:
Querido Sancho, ni un licenciado lo hubiese dicho mejor. A los hombres les falta el amor, todos deberían amar como yo amo a Dulcinea.
Sancho:
¡Ah, señor mío! Si el mundo entero tuviese un corazón tan noble como el vuestro, y un amor tan puro como el que tenéis por la sin par Dulcinea, bien digo yo que no habría más guerras ni disputas en la tierra. Pues, ¿qué hombre en su sano juicio haría daño alguno si su pecho estuviera lleno de ese amor tan desmedido que vos sentís?
Pero, mi señor, a veces me pregunto si no será que los hombres han olvidado cómo amar de verdad. Quizá porque el amor, como vos lo vivís, es un acto de valentía, de entrega total, y eso a muchos les asusta. Amar sin pedir nada a cambio, como vos lo hacéis, es cosa de caballeros andantes. Y bien sabéis que caballeros de vuestra talla ya no abundan.
Decidme, señor, ¿cómo habríamos de enseñarle a esta buena gente a amar como vos amáis? Porque, a mi juicio, si el amor fuese como vuestra devoción por Dulcinea, el mundo estaría encantado de otra manera, y no de esos hechizos oscuros de los que tanto habláis.
Don Quijote:
Amigo Sancho, yo solo soy un instrumento en manos de las leyes de la caballería. No cuestiono el camino, lo ando paso a paso y por donde camino me enfrento a los magos desvelando sus trucos.
Sancho:
¡Ah, mi buen señor don Quijote! No esperaba menos de vos, pues sois un caballero de pura cepa, forjado en las mismas leyes que rigen los corazones nobles y valientes. Si el mundo está lleno de magos y encantadores, bien sé que no hay truco que pueda escapar a vuestra mirada justa y penetrante. Vos camináis no por vuestro propio deseo, sino porque el destino os ha puesto en el sendero de la caballería, y allí donde ponéis el pie, las sombras se disipan.
Mas, si me lo permitís, señor, pienso yo que hay algo de sabiduría en lo que decís, pues al andar sin cuestionar el camino, estáis entregado a algo más grande que vos mismo, algo que muchos hombres temen. No os aferráis al miedo ni a la duda, y así, los hechizos que confunden a otros, a vos solo os parecen trucos de poca monta.
Decidme, señor, ¿qué se siente al estar al servicio de un propósito tan alto, sin vacilar ni mirar atrás? Porque, aunque yo sea vuestro fiel escudero, siempre me maravilla vuestra firmeza, vuestra entrega a ese destino que os ha sido dado. Y quizás, en ese andar paso a paso, ya habéis descubierto más de lo que los magos jamás podrán ocultar.
Pero contadme, ¿qué mago o gigante será el próximo en enfrentar vuestra lanza? Que yo ya tengo la panza llena y el ánimo listo para seguir vuestras aventuras.
Don Quijote:
Nuestra próxima batalla, Sancho, no ha de ser otra que contra el oscuro mago Egodino, ese que con sus tretas roba la verdadera identidad de los hombres y les hace creer que son ellos.
Sancho:
¡Oh, señor mío, don Quijote! ¡Válgame el cielo, que os habéis topado con el más artero de los encantadores! Ese tal Egodino, del que habláis, no es un mago cualquiera, sino uno que se mete en las entrañas mismas de los hombres, haciéndoles creer que son algo que no son. ¡Y vaya si es astuto! Porque, ¿quién, si no está bien despierto, puede darse cuenta de que su verdadera identidad ha sido robada y sustituida por una máscara hecha de ilusiones?
Mas, no os preocupéis, mi buen caballero, que yo, aunque humilde escudero, bien comprendo que la lucha contra este Egodino no es con espadas ni lanzas, sino con algo más fino, más sutil. Habrá que despojarse de las trampas de los pensamientos y creencias que él nos pone en la cabeza, y ver más allá de su juego de espejos.
Decidme, señor, ¿cómo pensáis enfrentar a este mago, que se esconde en la mente misma de los hombres y les susurra al oído? Porque bien sé que vuestra sabiduría y amor por Dulcinea os guiarán, pero este Egodino es maestro del disfraz, y muchos se dejan engañar por sus tretas.
Don Quijote:
Para enfrentar a cualquier monstruo ved que haré lo que marcan las leyes de caballería, esto es, Sancho, ponerme delante, hacerle frente y mirarle a los ojos, embestirlo con la punta de mi lanza, Conscientina, y ver cómo se disuelve al paso del galope de Rocinante.
Sancho:
¡Ah, señor mío! ¡Vuestra valentía no conoce límites, ni siquiera ante el mismísimo Egodino, maestro de las ilusiones! Bien sé que Conscientina, vuestra lanza, es más que un simple arma: es la herramienta de la verdad, la que atraviesa las sombras y deshace los engaños. Porque, cuando un caballero de vuestro temple se pone frente a sus enemigos, no hay truco ni ilusión que pueda sostenerse.
Y así será, señor, como decís: al plantaros cara a cara con ese monstruo, con la mirada firme y el corazón despejado, lo que parece tan sólido y temible no será más que humo disolviéndose bajo el galope de Rocinante. Porque no hay mayor poder que la verdad desnuda, y bien sabéis que Conscientina es el símbolo de ese poder.
Yo os seguiré, señor, pues en esta batalla, como en todas, estaré a vuestro lado, aunque mis tripas me pidan otra cosa... ¡que bien sé que, al derrotar a Egodino, nos habremos liberado de uno de los más grandes encantamientos que hay en el mundo!
Don Quijote:
Sabes buen Sancho que todo lo que hago es por el amor de mi amada Dulcinea, y que si por añadidura quedan mis gestas recogidas en los nobles volúmenes de la caballería, es menester que sirvan estas para alertar a los desprevenidos que por azar pasen por ellos.
Sancho:
¡Ah, claro que lo sé, mi señor don Quijote! Vuestra entrega a Dulcinea es el fuego que alimenta todas vuestras hazañas, y no hay noble corazón que no lo perciba en cada gesta que lleváis a cabo. Porque si bien pareciera que os lanzáis contra gigantes, magos y encantamientos, todo cuanto hacéis, lo hacéis en nombre del amor más puro y desinteresado.
Mas tenéis razón en lo que decís, mi buen señor. Que las gestas que quedan escritas en los volúmenes de la caballería no solo narran los hechos, sino que han de ser guía para aquellos que, desprevenidos, se topen con esos relatos. Que al leer sobre vuestras batallas, el hombre sencillo aprenda que el verdadero enemigo no es siempre el que se presenta con espada en mano, sino aquel que acecha en las sombras del pensamiento y la ilusión.
Por eso, es menester que los que vengan detrás de vos, aquellos que tal vez no tengan una lanza tan fina como Conscientina o un corcel tan fiel como Rocinante, aprendan a no temer a los gigantes de viento ni a los magos que engañan los sentidos. Que sepan que con el amor por bandera y la verdad como lanza, todo encantamiento se disuelve.
Así pues, mi señor, no solo lucháis por vos ni por vuestra amada, sino también por todos aquellos que, algún día, siguiendo vuestras huellas, se atrevan a enfrentar sus propios monstruos y a descubrir, como vos lo hacéis, que la vida es una aventura mucho más noble cuando se vive con el corazón lleno de amor y coraje.
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