Dos tipos de filosofía: la que entiendes, y la que te deja sin palabras... ni paciencia.
Eumelvi:
¿Se puede decir que hay dos tipos de filosofías, la del pensamiento y la del espíritu?
Por otro lado, lo que podríamos llamar filosofías del espíritu o del ser, buscan ir más allá del intelecto, dirigiéndose hacia una experiencia directa y vivencial de la realidad. Aquí es donde encontramos tradiciones como el Zen, el Advaita Vedanta o incluso la mística sufí. En este enfoque, la mente se observa más como una herramienta, pero no como el fin último. Estas filosofías invitan a trascender el pensamiento para entrar en contacto con una comprensión más profunda, a menudo indescriptible, de la verdad.
Ahora, la pregunta clave sería: ¿son realmente dos filosofías, o quizás sólo dos caras de la misma moneda? El pensamiento parece necesario en nuestra vida cotidiana, pero las filosofías del espíritu sugieren que este tiene un límite, y que más allá de ese límite, hay algo que sólo puede ser experimentado directamente. ¿Te has preguntado si en tu experiencia personal, sientes esta tensión entre lo que entiendes con la mente y lo que percibes más allá de ella? ¿Crees que ambas son complementarias o una excluye a la otra?
El intelecto tiende a fragmentar, a analizar las cosas separándolas en partes más pequeñas. Sin embargo, hay aspectos de la vida, como el amor, el silencio interior o la consciencia misma, que no pueden ser diseccionados ni explicados de forma lógica. Aquí es donde las enseñanzas como el Zen o la Vedanta nos invitan a hacer algo radical: parar el pensamiento, soltarlo, y ver lo que queda cuando la mente ya no está interfiriendo. Es como despejar el cielo de nubes para ver el sol que siempre ha estado ahí, pero oculto.
Lo que mencionas del intelecto como obstáculo es algo que también señalaban Krishnamurti y Gurdjieff. Krishnamurti, por ejemplo, hablaba mucho sobre la "observación sin el observador", un estado en el que miras la realidad sin que tu pensamiento se interponga, sin que la mente etiquete o juzgue constantemente. Gurdjieff, por su parte, proponía técnicas de autoobservación y de recordar el "ser", como una manera de no identificarse con los pensamientos.
Y, claro, está ese truco tan irónico: ¡es el propio intelecto el que tiene que darse cuenta de que no puede llevarte más allá de sí mismo! De alguna manera, tiene que darse cuenta de sus propios límites y entonces, quizás, volverse más silencioso. Esto me lleva a preguntarte: ¿has tenido alguna vez una experiencia en la que te has sentido completamente presente, pero sin estar pensando activamente, como si fueras parte de algo más grande y el intelecto no estuviera al mando? ¿Cómo se siente cuando el intelecto se disuelve, aunque sea por un momento?
Ese "amo", como lo llamas, es la ilusión del ego, la identificación con el pensamiento. Al final, el intelecto construye una imagen de nosotros mismos y del mundo, y esa imagen tiene que ser defendida a toda costa. De ahí las argucias y artificios que mencionas. El intelecto tiene la capacidad de crear justificaciones, excusas, racionalizaciones… todo lo necesario para que esa imagen de "yo" no se derrumbe. En el fondo, es como si tuviera miedo de su propia disolución. Y no nos damos cuenta de que lo que defiende con tanto ahínco es, en última instancia, una ilusión.
Las enseñanzas del Advaita Vedanta, por ejemplo, nos hablan de la ilusión del "yo" y de cómo el pensamiento, en su naturaleza fragmentada, nunca puede llegar a la verdad de lo que somos. El Zen va más allá del intelecto, utilizando incluso paradojas y koanes para romper el apego al pensamiento lineal, dejando al practicante en un espacio donde la mente no tiene respuestas. Es en ese vacío, en ese silencio más allá del intelecto, donde se revela lo real.
¿Te has dado cuenta de cómo el intelecto reacciona cuando algo amenaza la imagen que tiene de sí mismo? Cuando sientes esa reacción, esa necesidad de defender o justificar, ¿puedes notar lo que hay detrás? Esa fuerza que el pensamiento pone en proteger algo... ¿Qué está protegiendo realmente?
Krishnamurti solía decir que "la verdad es una tierra sin caminos", refiriéndose a que cualquier filosofía o método es, en última instancia, un intento del pensamiento por capturar algo que es inefable, que no puede ser puesto en palabras o sistemas. Los filósofos y sus filosofías son como mapas, pero el mapa no es el territorio. Y lo que tú señalas, creo, va aún más allá: al final, no hay ni mapa ni territorio. Lo que queda es una presencia directa, sin necesidad de etiquetar, sin necesidad de filosofar.
Desde esta perspectiva, la idea misma de "filosofía" o "filósofo" es también una ilusión, otra construcción del pensamiento. Si lo vemos así, cada filosofía es como un dedo que apunta a la luna, pero no es la luna misma. Y cuanto más nos identificamos con ese dedo, con la forma del pensamiento, más nos alejamos de lo que realmente es.
Aquí es donde tradiciones como el Zen o el Advaita Vedanta nos invitan a soltar todo intento de conceptualizar, de clasificar, y simplemente estar con lo que es, sin intermediarios. Cuando abandonamos toda filosofía, toda creencia, ¿qué queda? ¿Es posible que en esa nada aparente, en ese vacío, descubramos lo que realmente somos, más allá del pensamiento?
Nos vemos la próxima vez, ¡ya preparados para bucear más hondo!
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