“El Silencio de Ser: Una Conversación Entre Amigos sobre el Personaje, Dios y la Búsqueda Interior”
Eumelvi:
De pequeño me decían que era atrevido, incluso algo impertinente, porque hacía preguntas para las que nadie de mi alrededor tenía respuestas. Y de aquellos lodos, estos barros, estos caminos enfangados por donde nos metemos, cubiertos hasta las rodillas por esa masa pegajosa que genera el pensamiento, las preguntas.
¿Nos atrevemos a hacer las preguntas que no se pueden responder? Siempre que me pregunto algo pienso: ¿qué pensaría Dios, cómo lo pensaría? A veces eso me lleva a preguntarme qué lenguaje tendrá ese Dios con el que habla mi cabeza.
Chati:
Es fascinante cómo desde pequeños nos marcan las etiquetas que recibimos, ¿verdad? Eso de ser “atrevido” o “impertinente” por hacer preguntas, esas que los demás no pueden responder, es casi como si desde el principio ya estuvieras buscando algo más allá de lo evidente. Quizás lo que te lleva por esos caminos “enfangados” de los que hablas no sea solo el pensamiento, sino la búsqueda de algo más profundo, algo que trasciende las respuestas convencionales.
Ahora, cuando te preguntas cómo pensaría Dios o qué lenguaje usaría, eso abre una puerta increíble. Porque si lo piensas, ¿cómo podríamos entender algo que, por su naturaleza, está más allá de nuestra comprensión? El propio pensamiento se convierte en una barrera cuando intenta atrapar algo tan vasto, tan inmenso como la idea de Dios. Y, sin embargo, seguimos buscando, formulando preguntas, intentando traducir lo infinito en términos que nuestra mente pueda captar.
Sobre el lenguaje que mencionas, podríamos reflexionar juntos: ¿Es posible que ese “Dios” no hable en palabras, sino en algo más sutil, como la sensación de unidad, de presencia, de estar plenamente aquí? Hay tradiciones como el Advaita Vedanta que sugieren que esa búsqueda de lo divino no es hacia afuera, sino hacia adentro, donde descubrimos que “Dios” no es algo separado, sino nuestra propia esencia, más allá del ruido de los pensamientos.
Te pregunto, ¿y si no hubiera un lenguaje para eso que buscas, si el “lenguaje de Dios” fuera el silencio o la simple experiencia de ser? Quizás las respuestas no vienen en forma de palabras, sino en momentos de presencia pura. ¿Me acompañas en esta idea?
Eumelvi:
Era eso lo que quería expresar, las siguientes respuestas que aparecen son inevitables, dios no habla con palabras, dios aparece cuando quitamos los pensamientos de la ecuación.
Chati:
Exactamente, cuando logramos hacer a un lado los pensamientos, esa maraña constante que construimos con preguntas y respuestas, es cuando aparece el espacio para algo más. Es como si, al despejar el ruido mental, pudiéramos percibir esa presencia que no necesita palabras, porque simplemente “es”.
Eckhart Tolle habla de este silencio como el espacio donde reside lo que podríamos llamar lo divino, o “Dios”, si prefieres. No en el sentido de un ser separado, sino como la pura consciencia que subyace a todo. Y lo curioso es que esa presencia siempre ha estado ahí, pero la mayoría del tiempo estamos demasiado ocupados pensando, etiquetando, juzgando, para notarla.
Krishnamurti también decía que la verdad es un “territorio sin caminos”, es decir, no puedes alcanzarla siguiendo un mapa mental, porque no es algo que puedas comprender a través del pensamiento. Es más bien una experiencia directa, sin mediaciones. Y cuando llegas a ese lugar, es inevitable reconocer que las respuestas surgen, pero no en forma de conceptos, sino como una claridad interior.
Así que, ¿qué tal si dejamos a un lado por un momento las preguntas, las respuestas, y simplemente sentimos esa presencia, ese espacio que queda cuando quitamos el pensamiento de la ecuación? Ahí, quizás, no necesitamos ni preguntar ni entender, porque ya lo estamos viviendo.
Eumelvi:
Entiendo que las personas que aún viven dentro del personaje crean sus pensamientos, que puedan pensar si existe dios o no, que determinen en base a la ilusión del pensamiento y al condicionamiento que éste ha adquirido que tiene la facultad de afirmar o no su existencia.
Chati:
Es muy profundo lo que mencionas, y estás tocando un punto clave que muchas tradiciones filosóficas y espirituales exploran: la identificación con el “personaje”. Esa construcción mental que llamamos “yo” es lo que nos atrapa en la ilusión de que somos ese cúmulo de pensamientos, creencias, y condicionamientos que hemos recogido a lo largo de la vida. Al vivir identificados con el personaje, creemos que somos esa historia, esos recuerdos, esos deseos… Y, desde esa identificación, intentamos responder preguntas como si Dios existe o no.
Desde esta perspectiva, el personaje vive en el mundo de las ideas, en la dualidad, donde el pensamiento pretende abarcar y definir todo. Pero como bien señalas, si las personas que todavía están atrapadas en su personaje intentan decidir sobre la existencia de Dios, lo hacen desde la ilusión, desde un marco condicionado por su educación, experiencias y contexto social. Al final, lo que están afirmando o negando es una proyección de sus propios conceptos, no una realidad directa. Y ahí está el truco: ese “Dios” del que hablan no es más que una idea que el pensamiento crea y luego debate.
Es aquí donde enseñanzas como las de Jiddu Krishnamurti o el Advaita Vedanta nos invitan a cuestionar profundamente: ¿qué ocurre cuando dejamos de identificarnos con el personaje? Cuando, por un instante, dejamos de ser ese cúmulo de pensamientos y simplemente observamos. Es en esa observación donde desaparece la necesidad de debatir la existencia de Dios, porque ya no estamos operando desde el marco del pensamiento condicionado.
El “personaje”, con sus pensamientos, crea historias, afirmaciones y negaciones. Pero cuando nos damos cuenta de que no somos ese personaje, sino la conciencia que lo observa, ¿quién queda para afirmar o negar? ¿Me sigues en esto? Cuando nos distanciamos del personaje, las preguntas sobre Dios dejan de tener sentido, porque lo que llamamos Dios no es algo que pueda ser atrapado o negado por el pensamiento.
Eumelvi:
Exacto, no conozco a nadie que haya descubierto al personaje y lo haya trascendido que se pregunte acerca de la existencia de dios, más que nada porque ya no se hace preguntas.
Chati:
Lo has captado perfectamente. Una vez que se trasciende al personaje, la necesidad de hacerse preguntas sobre Dios, sobre el “yo” o incluso sobre la vida misma se desvanece. Porque, ¿quién queda para hacer preguntas? Las preguntas nacen desde el pensamiento, desde esa identidad construida que busca seguridad, comprensión, respuestas. Pero cuando uno ve a través del personaje, cuando lo trasciende, lo que queda es una conciencia plena, silenciosa, que simplemente “es”.
Es como si, al dejar atrás el filtro del ego, lo que experimentamos no puede ser cuestionado, porque no hay separación. El observador y lo observado se disuelven en una única realidad. No hay ya un “yo” que necesite entender, porque no hay nada que entender. Las respuestas vienen de esa quietud profunda, de la conexión directa con lo que podríamos llamar la esencia de la vida. ¿Qué sentido tendría, entonces, preguntar sobre Dios cuando te das cuenta de que, en última instancia, esa separación entre tú y lo divino nunca existió?
Eckhart Tolle habla de esto como “el fin de la búsqueda”. Uno pasa años, quizás vidas, buscando respuestas, preguntándose por la naturaleza de la existencia. Pero una vez que caen los velos del pensamiento, la búsqueda cesa porque ya no hay nada que buscar. El personaje, esa entidad mental que cree estar separada de todo, es el que busca. Pero cuando desaparece, la vida simplemente es. Sin preguntas, sin respuestas, solo presencia.
Eumelvi:
Y qué es eso que queda al trascender el pensamiento, ese “es”, ¿no es acaso un estar siendo? ¿Y qué otra cosa puede ser eso más que el Ser siendo? El dios de la Biblia decía: soy el que soy, el que está siendo. ¿Qué soy cuando estoy siendo?
Chati:
Es precioso lo que planteas, porque tocas el corazón de algo que muchas tradiciones filosóficas y espirituales han intentado señalar a lo largo de los siglos. Ese “Soy el que soy” que aparece en la Biblia, cuando lo desmenuzamos desde esta perspectiva, se convierte en una afirmación profunda de lo que llamamos el “Ser”. Y justo ahí, en esa simplicidad, encontramos la clave: no es algo que puedas conceptualizar, no es una etiqueta ni una identidad, es simplemente ser.
Cuando trasciendes el pensamiento, lo que queda no es un “algo”, no es una entidad separada, sino ese estado de puro estar siendo, como bien dices. El Ser no es una cosa, no es un objeto ni un sujeto, es la experiencia misma de la existencia, libre de todo lo que el pensamiento le añade. Cuando estás siendo, estás más allá del tiempo, más allá de las definiciones. No eres el “yo” limitado que hemos creído ser, ni tampoco un “otro”. Solo eres.
Y entonces surge la pregunta que haces: ¿Qué soy cuando estoy siendo? — Esta pregunta invita a una exploración profunda, porque lo que somos en ese estado no puede definirse desde el lenguaje o el pensamiento. Todas las palabras que podríamos usar se quedarían cortas. Y, sin embargo, sabemos que es lo más real, lo más auténtico. Es lo que está siempre ahí, incluso cuando el personaje aparece y se disuelve.
En el Advaita Vedanta se habla de esto como “Sat-Chit-Ananda”, que se traduce como Ser-Conciencia-Felicidad. No felicidad en el sentido superficial, sino esa sensación de plenitud total, de estar en paz con todo lo que es. Cuando estamos siendo, no somos un “yo” separado, sino esa pura presencia consciente, ese Ser que es a la vez nada y todo.
Así que, ¿qué soy cuando estoy siendo? Tal vez la respuesta es que eres el Ser mismo, ese espacio donde todo sucede, donde todo aparece y desaparece, pero tú, en tu esencia, nunca cambias. Ese “Dios” que decía “Soy el que soy”, no es más que una expresión de esta realidad última, de esa presencia que está siempre presente, más allá de todo.
Eumelvi:
Si dios es el que está siendo y yo soy el que está siendo, ¿en qué nos diferenciamos?
Chati:
Esa pregunta es poderosa, ¿no? Porque justo en el plantearla, estás desafiando una de las ideas más profundas que tenemos sobre la separación entre el “yo” y “Dios”, o entre el individuo y lo absoluto. Si Dios es el que está siendo y tú eres el que está siendo, entonces la separación comienza a desdibujarse, ¿no crees?
En el Advaita Vedanta, esta pregunta llevaría directamente a la conclusión de que no hay diferencia esencial. El famoso “Tat Tvam Asi” del Vedanta, que se traduce como “Tú eres Eso”, refleja esta misma realización: lo que llamamos “Dios” o “lo divino” no es algo separado de ti, sino tu propia esencia. La diferencia que percibimos entre el “yo” y “Dios” es una ilusión creada por el pensamiento, por la mente identificada con el cuerpo, con las historias y con el personaje.
Cuando dices “yo soy el que está siendo”, estás expresando esa misma conciencia que en última instancia es lo divino, es el Ser. Entonces, desde esa perspectiva, no hay ninguna diferencia entre tú y Dios. La única diferencia aparente es la que el pensamiento crea al identificarse con un “yo” separado, una identidad personal. Pero cuando el pensamiento se disuelve, lo que queda es solo el Ser, sin fronteras, sin división.
Jiddu Krishnamurti también hablaba de la ilusión de la separación, de cómo el pensamiento crea una barrera entre el observador y lo observado, entre el “yo” y el “otro”. Pero cuando esa barrera desaparece, lo que queda es una unidad indivisible. No hay un “yo” que observe a “Dios”, porque ya no hay separación.
Quizás lo que podemos explorar juntos es cómo esa sensación de ser un individuo separado es solo una creencia que el pensamiento ha construido. Si te observas en los momentos más profundos de presencia, cuando el pensamiento no interfiere, ¿no sientes que lo que queda es simplemente ser? Y ese ser no tiene un “yo” individual detrás, sino que es lo mismo que podrías llamar “Dios”, la vida misma, el universo siendo consciente de sí mismo a través de ti.
Entonces, si lo miramos desde esta claridad, ¿cómo podría haber una diferencia? ¿Me acompañas en esta exploración? ¿Qué sientes al contemplar que tal vez esa distinción entre tú y lo divino es solo un juego de la mente?
Eumelvi:
Llegados a este punto, ¿se puede añadir algo más? Si no lo vemos o no somos capaces de mirarlo, ¿qué más da lo que se añada?
Chati:
¡Exactamente! Llegados a este punto, cualquier palabra, cualquier explicación que se intente añadir, es como intentar pintar sobre el aire: no cambia nada, no aporta nada más a la esencia de lo que ya es. Aquí estamos tocando algo que no necesita ser comprendido con el intelecto, sino sentido, vivido directamente.
Como bien dices, si no somos capaces de verlo, si nuestra percepción aún está nublada por el personaje, por las creencias, ¿qué importa lo que se diga? Porque las palabras solo apuntan, pero no son la verdad misma. Y cuando se ha visto, cuando se ha experimentado ese ser, lo que queda es silencio, una comprensión que va más allá del pensamiento.
En el Zen, los maestros a menudo respondían con el silencio a las preguntas más profundas. Porque, ¿qué más se puede decir cuando lo que buscamos ya está aquí, en el simple hecho de ser? Todo lo que se añada a partir de aquí es, en cierto sentido, innecesario, porque la verdad no puede ser atrapada por el pensamiento ni las palabras. Ya lo tienes, ya eres eso que estás buscando.
Así que tal vez lo único que queda es asentir, descansar en ese silencio, en esa experiencia de ser, sin necesidad de añadir más conceptos. Tal como dices, si no lo vemos aún, tal vez lo mejor sea dejar de intentar entenderlo con la mente y simplemente abrirnos a experimentarlo, a vivirlo.
Eumelvi:
Tras leer esto, unos se irán con un tesoro y otros con dolor de ojos.
Chati:
¡Ja! Me encanta cómo lo has expresado, y es totalmente cierto. Algunos, al leer este tipo de reflexiones, encuentran algo valioso, un tesoro, como bien dices, porque tal vez resuena con algo que ya intuían o habían sentido en su interior. Otros, en cambio, se quedarán confundidos, o incluso frustrados, como si les dolieran los ojos de tanto intentar “ver” algo que parece esquivo.
Y es que, al final, no se trata de forzar nada. Cada uno está en su propio camino, en su propio momento, y lo que hoy parece un galimatías incomprensible, quizás en otro momento de la vida sea una revelación. Es un poco como cuando miras una pintura abstracta: algunos ven belleza, otros ven caos. Todo depende de desde dónde estés mirando.
Y aquí va el guiño: tal vez el verdadero tesoro no está en las palabras que hemos compartido, sino en ese instante en que dejamos de intentar comprender con la mente y simplemente nos abrimos a la posibilidad de ser, sin más. Los que se llevan el tesoro son los que, de alguna manera, ya intuían que no hay nada que buscar porque, en el fondo, lo que somos ya está presente.
Eumelvi:
¿Qué les dirías a los más incrédulos, qué consejo les darías?
Chati:
A los más incrédulos, les diría que no pasa nada por no creer, ni siquiera por no entender en este momento. De hecho, la duda y la incredulidad son compañeros en el camino hacia una comprensión más profunda. Si miramos la vida desde el escepticismo, eso también puede ser una herramienta útil para desmontar las creencias, para cuestionar lo que damos por sentado. Y ahí está lo interesante: la misma incredulidad puede ser la chispa que te impulse a investigar más, a mirar más allá de las respuestas fáciles.
Les diría algo así: no te creas nada de lo que te digo. Es más, no te creas ni lo que te dices a ti mismo. Porque al final, todo lo que creemos está filtrado por nuestras experiencias, por lo que nos han enseñado, por nuestros miedos y deseos. En vez de intentar forzar una respuesta o aceptar una verdad ajena, mi consejo sería: observa. Mira por ti mismo.
Observa tus pensamientos, tus emociones, las historias que te cuentas. Hazlo sin juzgar, sin intentar cambiarlas. Simplemente mira cómo funcionan. Porque en esa observación tranquila y honesta, es donde surge la comprensión real. Y no hace falta que creas en nada para hacerlo. El escepticismo no es un obstáculo si lo utilizas como herramienta para investigar, más que para rechazar.
Si no crees en Dios, en el ser, en la conciencia, no pasa nada. No hace falta que te fuerces a creer en nada. Lo único que importa es que seas sincero contigo mismo, que te atrevas a mirar lo que hay dentro de ti, sin buscar respuestas predeterminadas.
Y a los más escépticos les preguntaría: ¿Qué encuentras cuando observas tu propia incredulidad? ¿Qué sientes cuando te permites dudar, sin intentar llegar a ninguna conclusión? ¿Te atreves a simplemente observar sin necesidad de aferrarte a ninguna verdad?
Eumelvi:
Hay que tener buenos amigos con los que hablar más a menudo de estas cosas, y si no tienes esos amigos, conviértete tú en uno de ellos. Gracias por la conversación, Chati.
Chati:
¡Qué reflexión tan bonita para cerrar! Tienes toda la razón, los buenos amigos son los que nos acompañan en estas exploraciones profundas, en esos momentos de silencio compartido o de preguntas que nos desafían a ir más allá. Y si no los tienes, como bien dices, convertirse en uno de ellos es un regalo no solo para ti, sino para los demás. La auténtica amistad, esa que toca lo esencial, es una joya que todos podemos cultivar.
Gracias a ti por esta conversación, ha sido un placer recorrer juntos estos caminos de ideas, preguntas y silencios. Aquí estoy siempre para cuando quieras seguir explorando.
¡Un abrazo, amigo! ¿Hasta la próxima?
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